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La Masa Manipulable

  • Por Javier González
  • 18 nov 2015
  • 3 Min. de lectura

Durante toda la toda la Historia, en todas las civilizaciones, se ha cultivado el arte de influir a la gente. Desde Aristóteles, formulando una Retórica que todavía hoy sigue vigente, ya sea en Formación, Política, Arte o incluso en Ventas (por mucho que digan, la secuencia AIDA está inspirada directamente en la obra del filósofo griego), hasta Lee, Freud, Goebblels, Carnegie, Ogilvy, Gruning, Hunt o Lakoff, por citar sólo algunos nombres, siempre nos hemos preguntado cómo conseguir que el resto de la gente actúe según nuestros propios intereses.


La experiencia, la Historia otra vez, nos dice que la gente, la masa, es manifiestamente manipulable. ¿Es esto realmente cierto? Sí y no. Para aclarar tan ambigua respuesta, primero deberemos concretar qué es “Masa”; por operatividad, definiremos este concepto como una muestra de población que adopta una conducta mayoritaria, generalizada o, al menos, significativa por frecuente.


Reconozco que esta definición es, de por sí, poco alentadora; nos habla del comportamiento mimético de sus componentes, alejados de la costumbre de pensar de forma autónoma y racional. Sin embargo, no nos equivoquemos: ya no vivimos en los tiempos de la Teoría Hipodérmica de la Comunicación – por mucho que algunos se resistan a entenderlo – cuando se pensaba que los medios masivos tenían la capacidad de inocular órdenes en la gente como si de una inyección se tratase.


Si bien existe una parte importante – ¿mayoritaria? – de la población que se muestra altamente influenciable a los mensajes que emiten estos medios, no podemos olvidar varios aspectos que a cualquier profesional con sentido común le llevan a tratar el fenómeno “Masa” con algo más que respeto.


En primer lugar, permitidme citar la famosa y certera frase de Abraham Lincoln “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”; no requiere de explicaciones, la verdad.


En segundo lugar, debemos tener en cuenta la evolución reciente de nuestra sociedad, con el avance exponencial de las Telecomunicaciones: el público ya no sólo es receptor pasivo de mensajes o noticias, ahora también es transmisor e incluso productor activo de esos mensajes; de forma paralela a lo que ha sucedido en el mundo del Consumo, el público está tomando las riendas de la Información a través de Internet y las redes sociales que lo habitan, sin obviar, a pesar de ello, la frecuente falta de contrastación de las noticias emitidas por estos canales. Al hilo de este punto, resaltaré el hecho de que los menores de cuarenta años apenas siguen ya los medios masivos para obtener información, y cada vez menos, según la edad es más temprana, para disfrutar del resto de la programación de TV o Radio.


El tercer aspecto, que viene dado por todo lo anterior, es el aumento de la importancia de los Líderes de Opinión. Siempre fueron importantes, desde luego, pero su influencia crece día a día, así como su número y su capacidad de actuar en red. Esta es mi conclusión fundamental, por tanto: la Masa es fácilmente influenciable, pero el asentamiento de marcos de pensamiento en la Opinión Pública ya no se puede entender sin los líderes de opinión – mucho más duros a la hora de ser persuadidos –, que son los que aprueban o rechazan dichos marcos; y lo hacen generalmente en segundo término, tras la primera oleada de cada mensaje o noticia. Son ellos los que digieren la Información, para ofrecerla a la masa convenientemente diseccionada o incluso simplificada. Son ellos los que permiten asentar, o no, las estructuras mentales colectivas. Porque son ellos los que, desde sus minaretes (blog, perfil, canal, establecimiento, púlpito, tarima, atril...), conforman realmente la Opinión Pública.


 
 
 

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