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La Caída de Marte

  • auroiablog
  • 5 oct 2015
  • 3 Min. de lectura

¿Por qué, a pesar de los avances en libertades, está aumentando el desencuentro entre géneros? ¿Por qué muchos hombres ya no quieren casarse? ¿Por qué muchas mujeres ya no quieren tener hijos?


Puede que el tono excesivamente aséptico de este texto moleste a algunas personas, pero he de decir que al escribirlo he intentado despegarme de todo para explicar la realidad tomando cierta distancia, con perspectiva. Si lo he conseguido o no, debéis juzgarlo vosotros.


A partir de la Revolución Industrial, pero de forma más aguda con la Segunda Guerra Mundial, se ha venido produciendo hasta nuestros días una reubicación cada vez más acelerada de los géneros. Esa aceleración ha sido ciertamente exponencial, y los cambios se producen hoy día a toda velocidad, de forma que mucha gente ha quedado descolocada.


Antes el Hombre poseía un rol definido: el Defensor Prescindible; era el que iba a las guerras, el que perdía la vida en el tajo, el último en salvarse en un naufragio. La Mujer, por contra, era la Reproductora Conservable, el tesoro a defender ya que, obviamente, los hombres no pueden concebir hijos para mantener en funcionamiento a nuestra Sociedad. Todo ello inmerso en un forzado intercambio entre riesgos y derechos: El hombre se juega la vida y, en pago, reclama a la mujer como una posesión más.


Pero todo esto cambia cuando, debido a los avances científicos y médicos, la expectativa de vida comienza a aumentar, y a hacer menos importante tanto el rol de “defensor” como el de “reproductora”. La consecuencia lógica de esto es la gradual incorporación de la mujer al mundo laboral, desde mediados del siglo XIX. Una vez que la mujer empieza a colaborar en el sustento de los hogares, comienza también a reclamar sus derechos: la balanza de intercambio con el riesgo es clara en ese sentido.


De esta forma, en los años sesenta la mujer entra de lleno en el mundo del trabajo remunerado, siendo el resultado principal la bajada general de los sueldos, debido al aumento de oferta de mano de obra. En definitiva, cuando antes los hogares de clase media y baja se sustentaban con un solo sueldo, ahora difícilmente lo consiguen con dos.


Todo esto ha provocado una fuerte descolocación en los esquemas mentales de ambos géneros; si bien tengo esperanza en que las generaciones más jóvenes traigan más asumido el cambio desde la cuna, el descenso en el nivel educativo no ayuda a reforzar esa idea.


A todo ello podemos sumar la integración social de lesbianas y homosexuales; las posibilidades se multiplican y la dificultad de ubicar a cada persona que te rodea aumenta. Para cualquier gay o lesbiana tampoco es sencillo, más allá del escollo original de salir del armario: “Mi rol natural es ser femenina, pero soy lesbiana… ¿debo mostrarme aún más femenina ante los demás?” O: “Soy gay y mii rol natural es femenino ¿Debo ser más masculino ante los demás?” y viceversa... etcétera. Como ya dije, los esquemas mentales en materia de género de unos y otros, gays y heteros, parecen estar en un equilibrio cada vez más frágil.


Homer Simpson, Peter Griffin o Richard Waterson no son anécdotas jocosas, sino clichés; nos muestran al Hombre desbordado por la reubicación acelerada de la Mujer. Un hombre que está perdiendo su misión ancestral en la Sociedad. Pero el papel de Marge, Lois y Nicole tampoco es fácil: el mundo laboral nunca lo fue, y su nivel de exigencia no admite treguas.


¿Adónde nos lleva todo esto? A concluir dos cosas;


1º.- Que tanto hombres como mujeres debemos tomarnos estos cambios con calma; la ruptura de viejas estructuras mentales puede ser incómoda o dolorosa, pero es un avance incuestionable; por otra parte, el cambio debe realizarse sin radicalismos que pretendan forzar situaciones, porque resultarían del todo contraproducentes.


2º.- A modo de propuesta final… ¿Resultaría descabellado pensar en el establecimiento obligatorio de que en cada hogar uno de los cónyuges se dedique al cuidado de la casa y los hijos, y el otro a conseguir el sustento mediante trabajo remunerado? ¡Ojo, no he hablado de género en ningún momento! Pensad en las ventajas que nos traería algo así: aumento radical de la oferta de Empleo, aumento de los sueldos, mejora de las condiciones laborales, mejora en la educación de los hijos, mayor integración familiar, reducción de la conflictividad entre cónyuges, etc.


Es sólo una idea.


 
 
 

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