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El Cuento de la Lechera: Cuando el Canal de Distribución es demasiado largo

  • auroiablog
  • 27 sept 2015
  • 3 Min. de lectura

Hemos visto en las últimas semanas cómo los productores de leche se plantaban ante los distribuidores – envasadores, comercializadores… – y ante los propios clientes finales, denunciando que el precio por el cual venden su producto ha caído tanto que ni siquiera les reporta para cubrir gastos. Que están perdiendo dinero, y que si la cosa sigue así muchos de ellos deberán cerrar las granjas.


Analicemos el caso, muy frecuente por otra parte y no sólo en el sector lácteo, pues sucede algo parecido con otros productos alimentarios:


Tenemos a los ganaderos produciendo leche, un líquido altamente perecedero que, contrariamente a lo lógico, se distribuye por un canal demasiado largo, de dos niveles intermedios: fabricante-envasador-minorista-cliente. Podríamos asumir que, tratándose de un producto de consumo básico, su distribución debe quedar garantizada. Es cierto; sin embargo, no resulta racional que el propio productor no le saque rendimiento suficiente a su producto, siquiera para subsistir.


Observemos el trayecto de la leche de unas manos a otras, y pensemos por un momento: ¿la leche que tomamos en casa es la misma que produce el ganadero? Muchos de vosotros habréis sonreído al leer esta pregunta, porque la respuesta es evidente: No. El intermediario envasador saca buenos réditos con la nata de la leche, que utilizará para la elaboración de yogures, flanes, natillas, etc. De esta forma, el producto final no es muy caro, desde luego, pero resulta difícil reconocer algo que sea leche en los briks que adquirimos en el supermercado. No me quejo, que conste: la leche entera recién ordeñada es una bomba de colesterol.


Ya sabemos quién es la víctima en este caso, pero… ¿quién es el malo de esta historia, entonces? ¿Los envasadores? ¿Los comercializadores? Ciertamente, no creo que ni unos ni otros sean angelitos; sin embargo, más que descubrir al malo, sería más útil y constructivo descubrir al tonto; los tontos, en este caso: los productores, otra vez.


No digo que sean tontos porque les estén engañando, sino porque pudiendo haber tenido el mercado en sus manos, lo delegaron mansamente a otros, hace ya mucho tiempo. Como decía en líneas anteriores, éste es un fenómeno que podemos encontrar en otros sectores alimentarios, como el hortofrutícula. Es algo muy nuestro, muy de aquí: “Yo compro vacas para que me den leche… y a vivir”… o “yo siembro patatas, riego, cosecho… y a dormir”. Así les va, por su falta de iniciativa. Porque ése es el problema, realmente: que en este país los productores alimentarios no tienen capacidad de emprendimiento suficiente como para unirse y embarcarse en proyectos colectivos; como, por ejemplo, envasar ellos mismos la leche y hasta procesarla en derivados.


¿Provocaría esto una subida notable del precio en el producto final, debido al descenso de la producción a gran escala? Yo, sinceramente, no lo creo: el proceso de unión entre productores sería gradual y las eventuales subidas de precios se diluirían pronto en un mercado con cada vez mayor competencia.


A los productores de vino, sin embargo, les va divinamente – y mejor todavía, les irá –: ellos generalmente siembran la uva (puede que no toda, desde luego), la procesan para obtener vino, embotellan éste último y… lo venden directamente a los comercializadores, que nos los ofrecen a precios realmente competitivos.


¿Podríamos imaginar que una simple planta embotelladora de vino controlara los precios del mercado, pasando por encima de las bodegas?


Pues eso.


(N. del A.: En cualquier caso, la leche nunca podría alcanzar el precio del vino, pues se trata de una commoditie, en definitiva: un producto que apenas necesita procesamiento.)



 
 
 

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