¿Cómo será el Futuro de la Comunicación? CNS: Comunicación No Simbólica - Capítulo 8 (1ª Parte)
- Por Javier González
- 13 jul 2015
- 3 Min. de lectura
8.- OTRO TIPO DE SÍMBOLOS
Conocemos ya la estructura básica del símbolo y sus patrones de funcionamiento; resultará, por tanto, más interesante buscar las excepciones a esos patrones: tal vez en éstas encontremos algunos factores que nos permitan diseccionar el resto del sistema.
El Dinero: símbolos acumulables
Diferentes monedas de diferentes países, con diferentes valores convencionalmente impuestos, que sirven para el intercambio entre individuos: nada que lo diferencie de un lenguaje. Porque, cada día, nos expresamos a través del dinero: “deseo esto”, “necesito aquello”, “¿cuánto me va a costar?”. Sin embargo, el dinero posee una cualidad particular que lo distingue del resto de los sistemas simbólicos, y me permito referirla aquí, en primer término, por hacer patente las características menos evidentes – aunque no poco prosaicas – de un procedimiento tan cotidiano.
Primero fue el trueque: “Te cambio mis dos gallinas por un saco de trigo”. Más tarde, la cosa se volvió complicada… cosas del cambio: “Mi vaca cuesta mucho más que tus dos sacos de trigo, así que no hacemos trueque”. Con este método tampoco resultaba sencillo llevar suelto encima, así que se inventó el dinero. Surgió de un par de metales que resultaban del todo inútiles – demasiado blandos para fabricar armas o herramientas –, pero que por su especial brillo y maleabilidad constituían la materia prima perfecta para fabricar adornos. Cuando la abundancia de comida fue suficiente y el aprovisionamiento de ésta estuvo asegurado, los adornos se convirtieron en un método para destacar socialmente, como demostración de estatus, por lo que su posesión comenzó a ser muy preciada. Y aquellos metales brillantes e inútiles pasaron a servir – al menos, en este lado del Atlántico – como unidad de cambio. Primero, al peso: “Te cambio tu vaca por dos saquitos de pepitas de oro”. Más tarde, se utilizaron el Oro y la Plata para fundir pequeñas placas, donde se destacaba en relieve el sello real: el Estado entraba en juego. De tal forma que, al cabo de un tiempo, se distinguió entre el valor real de cada moneda, esto es, su peso, y el valor nominal que le otorgaba cada soberano. La moneda se convertía en un símbolo doble: por un lado, del Estado al que representaba (la cara) y, por otro, del grado de riqueza que aportaba cada una (la cruz). Y aquí llegamos a una cuestión interesante: un campesino podía poseer muchos graneros llenos, y muchas cabezas de ganado, pero toda su riqueza se podía traducir en una simple bolsa de monedas. Una persona no podía acumular millones de graneros o de cabezas de ganado, pero sí millones de monedas: el símbolo de la riqueza era fácilmente, utilitariamente acumulable. No se confunda este fenómeno con el coleccionismo: a los aficionados a coleccionar dinero (y no me refiero a los numismáticos) no les importa que todas sean iguales. No lo tengamos por nimio, ya que la gente no suele acopiar símbolos; pero en ningún caso – sólo en éste – acopia símbolos idénticos. Hoy en día, el asunto se ha sublimado de tal forma que ni siquiera poseemos físicamente las monedas, sino que figuran, la mayor parte del tiempo, como números puros en el éter de nuestra cuenta bancaria. Eso, con suerte.
Dos planos de simbología: los Fetiches
Otra excepción la podemos encontrar diferenciando dos planos de simbología: el Social, mediante el cual nos movemos en el mundo, y el personal o íntimo, donde reinan los fetiches, que generalmente son aquellos objetos a los que transferimos unos contenidos emocionales o sexuales, cuya significación sólo adquiere una relevancia específica para cada uno de nosotros, aisladamente. Es de reseñar que, pese al nexo social que posee este plano de simbología – cualquier fetiche estará relacionado, de una u otra forma, con algo o alguien del exterior – carece de una codificación de tipo convencional, por lo que su origen resulta netamente subjetivo, esto es, interior y propio de cada individuo.
Lenguaje gestual innato: ausencia de código previo
Tanto el estudio realizado por Eibl-Eibesfeldt (1993), como en el de Marta García (2001), comprobamos que el Ser Humano articula una serie de varias decenas de gestos innatos, de carácter universal, que son entendidos y expresados por habitantes tan dispares como los de la Amazonia, Europa Central, Madagascar, etc.; incluso si son sordos o ciegos. Lógicamente, la naturaleza innata de estos gestos – ira, alegría, tristeza, desprecio, miedo, sorpresa, asco, felicidad, etc. – tiene un origen genético, pero se conforma como un sistema que no está sujeto a un código creado en sociedad. Con todo, sería interesante cruzar estos estudios con los resultados de experiencias tipo Homi-Esferi y similares, para determinar si existe, como así parece, un desencadenante social en la activación de este sistema genético de gestos.
(Continuará en el Capítulo 8, 2ª Parte)
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