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5 Errores de un empresario (1ª Parte)

  • Por Javier González
  • 21 may 2015
  • 3 Min. de lectura

No es la primera vez que escribo sobre esto; pero, ante las declaraciones públicas que se están vertiendo últimamente desde diversas instituciones, creo que debo insistir en la necesidad de un cambio de cultura en las empresas españolas. Algunas, las más modernas y competitivas, actúan ya de una forma diferente; sin embargo, la mayoría siguen cometiendo errores de fondo. Estos son algunos de ellos:


1º.- “¿I+D más qué? ¡Nah… que inventen ellos!”


Siempre me sorprende cuando determinadas figuras de la vida económica y política española aluden a la necesidad de reducir el papel del Estado y abandonar la política de subvenciones; suelen ser las mismas personas que mantienen – en un estado dramático, todo hay que decirlo – la Investigación y el Desarrollo Tecnológico limitadas al ámbito universitario, como algo ajeno al mundo empresarial.


Para ser competitivos no siempre es necesario reducir sueldos; más que nada, porque si se generaliza ese método – como de hecho ha ocurrido – se reduce el consumo interno de un país… y bajan las ventas.


Sin embargo, si las empresas – de cualquier sector – reinvirtieran sus beneficios en promover, generar y mantener departamentos propios de desarrollo tecnológico, ganarían en competitividad debido a la mejora de los procesos y al aumento de la calidad, que permitirían un aumento de los precios y de la exportación; se generaría además empleo de mayor cualificación que sería, por descontado, más estable, y de esta forma se reactivarían las clases media y baja mediante un aumento de los ingresos y de la confianza en el futuro, lo que llevaría automáticamente a un mayor consumo.

Pero no; en España se ha entendido durante demasiado tiempo el concepto reinversión tecnológica como renovar la maquinaria comprándola en Alemania. Y mientras, monstruos de la Ciencia como Juan Carlos Izpisúa – y tantos otros, menos conocidos o aún por conocer – se tienen que exiliar para conseguir los fondos necesarios para sus investigaciones. ¿Y todo lo que costó formar a esas personas? ¿Y los beneficios de las patentes de sus inventos o sus descubrimientos? ¿Dónde quedan, dónde van a parar?


2º.- “Nuestra empresa paga a 120 días. Así son las cosas, y si no le gusta…”


Retener el dinero el máximo tiempo posible; se gana en liquidez y en rentabilidad bancaria (¿?). Cobrar en el momento a los clientes y pagar a los proveedores dentro de 60, 90, 120… ¡o 180 días! Buen concepto. Las grandes empresas continúan aprovechando su posición dominante en el mercado para realizar pagos de este tipo, a pesar de la Ley contra la Morosidad que entró en vigor en el 2010, la cual limita la demora a 60 días.


Mientras, pymes o incluso trabajadores autónomos se ven obligados a financiar a esas empresas; porque los pagarés no son otra cosa que financiación mal disimulada. ¿El mundo al revés? No: el absurdo más sangrante asumido ya como algo con lo que hay que convivir, como una hernia o un forúnculo. ¿Cuántas empresas se han visto obligadas a cerrar durante la crisis por su falta de liquidez, debido a la demora en el cobro de sus facturas?


Esto es debe cambiar de forma perentoria; más que nada, porque todos saldríamos ganando. Incluidas las grandes empresas, que alcanzarían una mayor competitividad debido a que su red de proveedores se volvería mucho más estable y eficaz; más fiable, en suma.


(Continua próximamente en la 2ª parte)




 
 
 

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