¿Cómo nos comunicaremos en el Futuro? CNS: Comunicación No Simbólica - Cap. 1
- Por Javier González
- 18 abr 2015
- 3 Min. de lectura
Hoy os ofrezco el siguiente capítulo de mi ensayo, acerca de la Comunicación No Simbólica (CNS), planteada como un salto hacia un nuevo tipo de comunicación, más eficaz y directa. La posibilidad de que la CNS se convierta en realidad en un futuro no lejano está empezando a ser refrendada por los últimos avances en Neurociencia, a través de experiencias obtenidas por Jack Gallant, en la Universidad de Berkeley, y por Yukiyasu Kamitamy, en el ATR de Kyoto. Una vez establecida, la CNS será sin duda la una solución comunicativa tan revolucionaria como Internet
Vision Reconstruction (Jack Gallant)
Yukiyasu Kamitani - Decoding visual perception from human brain activity (2010)
1.- COMUNICACIÓN DEFICIENTE
Pero, ¿a qué me refiero cuando digo “codificar nuestro medio”?
Cada vez que nuestro cerebro recibe un nuevo dato, le asigna una etiqueta con una dirección mental; es decir, una referencia que nos indica en qué zona de nuestra mente podemos acceder a ese conocimiento, ya haya sido adquirido por experiencia propia o por herencia cultural. Si yo escribo la sílaba “CA”, para alguien que lo lea puede ser el inicio de multitud de conceptos, pero directamente habrá acotado buena parte de ellos (Reconocimiento de Patrones y Análisis de Características: Pandemonium de Seldfridge); si le añado una “S” (“CAS”), el sector de ideas al que podrá acceder se restringe aun más: “CASO” o “CASA”. Nuestra mente siempre tenderá a simplificar, desechando otras opciones más elaboradas, como “CASPA”, “CASAMIENTO”, “CASTILLO”, etc. (Teoría de la Reducción de Incertidumbre. C. Berger, R. Calabrese - 1975). Cuando por fin termino la palabra, “CASA”, en la mente del observador se perfilará todo un catálogo de imágenes asociadas a este concepto: desde el esquema infantil de tejado a dos aguas, a la imagen hiperreal de su propio hogar; todas almacenadas en la memoria bajo la etiqueta CASA, y enlazadas a su vez a un sinfín de etiquetas colindantes: FAMILIA, HIPOTECA, DESCANSO, etc.
El producto de esta codificación, el conocimiento, se transmite constantemente entre individuos, o entre los medios de comunicación y las masas, en un intercambio definido por el modelo clásico de Shannon y Weaber:
Código
Emisor > Canal > Mensaje > Receptor
Referente
Como establecieron en 1949, el canal siempre conlleva, en mayor o menor medida, una serie de interferencias que distorsionan el mensaje y su posterior interpretación, pero… ¿Qué hay del código?
El código es una llave cuyos dientes son un determinado conjunto de signos, de la cual cuelga un librito con sus correspondientes normas de uso. La cuestión es: ¿Disponemos todos de la misma copia de la llave?
Definitivamente, no. David K. Berlo ya propuso que la eficacia de la comunicación dependía de la respuesta del receptor de un mensaje, y que ésta se debía en buena parte a la calidad de la decodificación, facilitada por la proximidad de rasgos identitarios entre interlocutores. Nuestras vidas están regidas por infinidad de códigos, que utilizamos – incluso de forma simultánea –, dependiendo de la situación en que nos encontremos; pero al tomar como ejemplo una herramienta universal como es el propio lenguaje, descubrimos que se producen constantes desequilibrios entre los usuarios de un mismo código; es decir, una falta de paridad entre emisor y receptor, aun cuando utilicen una misma lengua. ¿Por qué? En términos muy generales, las formas personales de habla que existen en cualquier sociedad moderna guardan grandes similitudes entre ellas, cierto, pero también multitud de diferencias. Diferencias que vienen determinadas, en primer lugar, por las áreas geográficas; además, dentro de cada una de éstas, se producen disonancias por el contraste entre las características o circunstancias socioculturales de cada interlocutor: edad, profesión o el cargo que ocupa cada uno de ellos, sexo, nivel cultural, capacidad de adaptación, grado de experiencia, estatus social, etcétera. En definitiva, la inmutabilidad que trata de imponer la convención se ve rebasada constantemente por los desajustes en el uso práctico. Y es que hay llaves que parecen iguales, pero abren puertas distintas.
Por supuesto, la complejidad – muchos lo llaman riqueza – inferida por la evolución constante de las lenguas, que resulta inevitable en el contexto global de simbolismo en el que nos vemos inmersos desde que nacemos, conlleva un hecho palmario como es que sean los sujetos más competentes en el uso de las lenguas – incluyendo en este aspecto las jergas técnicas y profesionales, y tomando el lenguaje escrito como principal fuente de conocimiento –, quienes tengan, por norma general, más posibilidades que los demás de mantener y elevar su estatus social.
Podría incluso, yendo más lejos, entender el desfase interpretativo anteriormente referido como fuente radical de conflictos, por delante incluso de la diferencia de intereses entre partes; y me atrevo a plantear esta posibilidad, no sin antes exponer matices que considero relevantes.
(Continuará en el siguiente capítulo)
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